miércoles, 30 de diciembre de 2009

Cuento de Nochevieja (I)


De natural soy algo desagradable. Soy huraño, esquivo, nada simpático. Me cuesta saludar a la gente y desconfío de todo el mundo. No lo puedo evitar. Sé que el ser humano es un peligro y ataco antes de que me hagan daño. Eso es algo que enseguida huelo. Si alguien viene a por mi, lo veo a la legua. Soy muy sincero y siempre digo lo que pienso. Si alguien me cae mal, se lo hago saber. No soporto tampoco las incoherencias. No me vale que la gente diga una cosa y luego haga otra. Conmigo no hay medias tintas. Sabes a lo que te atienes. Yo voy por el camino recto, el único. Si quieres me acompañas y si no quieres no. Eso sí, no me engañes porque te lo haré pagar. ¿Que soy un poco duro con el género humano? Por supuesto. Pero esto es lo que me ha enseñado la vida. Allá quien quiera ser optimista porque se está engañando. La vida no es dulce, eso ya lo sabemos. Si a pesar de todo, prefieres hacerte ilusiones, tú mismo. Puedes subir hasta donde elijas en tus ensoñaciones. Todo depende de la ostia que después te quieras dar.


Esta noche es Nochevieja. El día en el que todo el mundo despide el año, en el que se brinda con champán y se desean buenos augurios para los meses venideros. Besos, abrazos, uvas… No lo soporto. No puedo con ello. Encima si eres maricón se supone que tienes que salir, vestirte mejor que otras noches, embadurnarte de brillantina, bailar con Madona y Britney Spears hasta que el sol salude el nuevo año. ¿Esto es a lo que hemos llegado? ¿Esto es lo que ha conseguido la batalla por nuestros derechos? No lo entiendo. Por supuesto, nadie sabe que a mi me gustan los hombres, pero no veo bien que este sea el resultado final.


Hay un chico, un becario que trabaja para mi que es gay (se lo ha dicho a todo el mundo) y que hace un rato ha venido a invitarme a una fiesta de Nochevieja. He estado a punto de decir una barbaridad pero solo he mostrado una sonrisa displicente, he murmurado un “no, gracias” y le he pedido que me deje a solas, que tengo mucho que hacer. No soy un mono de feria, ni voy a hacer el ridículo a estas alturas de mi vida.


La jornada de trabajo se ha acabado. No entiendo por qué Nochevieja se considera como una media jornada. Al fin y al cabo, la celebración es de noche y suficiente con que al día siguiente sea festivo. Nunca podré estar de acuerdo con estos sindicatos que no hacen más que mermar la productividad de las empresas, pero esto es lo que hay. Luego quieren que seamos Europa…


Voy hacia mi casa. Por el rabillo del ojo, veo a mis trabajadores brindando con sus copas en un bar. Espero que el Lunes vengan serenos. Tengo que acordarme de poner una reunión a las 9 para que todos se pongan las pilas.


Llego al portal. En el ascensor me cruzo con mi vecino. Él no tiene ni idea de lo que siento. Llevo años enamorado pero jamás me he insinuado, ni tampoco creo que él lo haya intuido. En cualquier caso, me he acostumbrado a que mis encuentros con él sean ya parte de mi rutina y eso está bien, me aporta tranquilidad. Quizá algún día le invite a una copa en casa. Quizá él también sienta algo y le pase como a mi. Quizá este año que entra me atreva... pero definitivamente hoy no es el día para pensar en ello. Estoy demasiado cansado.



Ya en mi cocina, pulcra y ordenada, me preparo una tortilla de patatas. Me da igual el día que sea. Hoy toca tortilla, como todos los Jueves. En la tele hay una rubia gritando no se qué de los cuartos y las campanas. Cambio a otra cadena. En la 2 emiten “Gigante”. La figura lánguida y melancólica de James Dean siempre me ha gustado y Rock Hudson, tan guapo, tan perfecto… el sopor se apodera de mi y me quedo dormido en el sofá. A lo lejos, en la calle, se escuchan los petardos, los cohetes y las risas de la gente.


Me despiertan unos golpes secos, sordos. Alguien me llama por mi nombre. Me despierto sobresaltado y veo que en la pantalla de televisión hay alguien que me mira. Debo estar soñando porque juraría que es el mismísimo Rock Hudson. No hay sombra de sopor en mi. El susto me ha despertado por completo. Me tranquilizo al comprobar que estoy bien, que mi entorno sigue igual y que todo ha sido mi imaginación. Escucho un ruido tras de mi y me doy la vuelta. El corazón me da un vuelco al ver que una figura algo transparente está a mi lado. Es la misma que aparecía en la pantalla. Parece Rock Hudson, pero está muy cambiado. Está blanco, mortecino, ajado. Mucho más que en sus últimas imágenes, cuando el SIDA ya le estaba consumiendo. Soy incapaz de decir nada y tras unos segundos, la imagen me habla. Me dice que tengo suerte y que ha venido a darme una oportunidad. Es el fantasma de mis Nocheviejas pasadas. No puedo evitar una carcajada y le digo que ese cuento ya me lo sé. Lo escribió Dickens hace mucho. La figura me dice que esto no es un cuento. Que es real y que tengo que irme con él. Yo me acerco hasta el teléfono sigilosamente. Voy a llamar al 112 pero antes de darme cuenta, el espíritu me ha asido de la mano y traspasando la pared, aparecemos en la calle, flotando en el aire justo encima de esas personas que reían. Son unos chavales haciendo botellón. Les grito que me ayuden pero no me oyen. Cada vez más asustado, le pregunto al espíritu qué hace, a dónde me lleva. “No te preocupes. Solo quiero enseñarte una cosa”


Llegamos hasta una calle. La conozco bien. Es una de las más céntricas del Casco Viejo de mi ciudad. Allí veo a unos chavales. No lo puedo creer. Les conozco. A muchos hace años que les perdí la pista. A otros ya ni siquiera les saludo cuando me los cruzo. Son muy jóvenes y están todos juntos. Es mi cuadrilla. Tienen unas botellas de champán que alguno ha traído. La visión de todos ellos me embarga de una emoción repentina, inesperada. Sobre todo cuando veo a Pablo. Miro un poco más y enseguida encuentro lo que busco. Allí estoy yo. Un chaval, un jovencito que acaba de dejar la adolescencia, feo y lleno aún de granos por toda la cara. Estoy algo apartado del grupo aunque nadie se da cuenta. En estas, Pablo se acerca a mi y me alcanza una de las botellas. Me pide que dé un trago y que celebre el año con él. Si él supiera lo mucho que le quise. Si él supiera que en ese momento me estaba derritiendo, que agradecía de una forma infinita que reparara en mi presencia, que besaba el suelo que él pisaba. Pablo no se daba cuenta de nada de esto, claro. Como por arte de magia o como si de una película se tratara veo de repente un callejón oscuro. Unas sombras se mueven. Puedo ver a Pablo en la penumbra. Está besándose con alguien. Una chica. Unos metros más allá, otra sombra se esconde. Es la mía. Solo veo mis enormes ojos, brillantes por las lágrimas que derraman. Me veo corriendo en la oscuridad, llorando. Con el corazón roto por primera vez. Solo yo sé que no será la última.


El espíritu me observa y me dice que entonces era un inocente. Me cuesta contestar. Un nudo impide que las palabras lleguen a mi garganta. Cuando por fin lo hago, digo que sí. Por eso no he dejado que nadie vuelva a hacerme un daño como ese. El espíritu me observa y no dice nada. Simplemente cambia la escena que estamos viendo como quien pasa de diapositiva.


Vuelvo a ser yo, algo más mayor. Llevo un gorro en la cabeza y restos de serpentina. Estoy en mitad de una discoteca. La música suena atronadora pero yo estoy quieto en una esquina. Varado y meciéndome suavemente como si las olas golpeasen mi base. De repente hay alguien junto a mi. Hablamos un poco y siento que me acaricia el culo. Le miro y veo que tiene algo de sobrepeso pero una cara agradable. Él nota que no me aparto y continúa acariciándome un poco más.


Me apoyo bruscamente contra la pared. Él cierra la puerta del baño de golpe. No hay pestillo. Nos arrebujamos uno contra otro con violencia, como si fuera la última vez en nuestras vidas. Los labios se buscan, las lenguas dibujan círculos, los pechos se frotan en pos del calor. Una mano me quita el cinturón y baja la cremallera de mi pantalón de un tirón. Sus dedos están fríos pero es una sensación nueva y agradable. Más aún cuando alcanza mi sexo. Estoy muy excitado. Los movimientos son cada vez más rápidos, más rítmicos. El espacio entre nosotros se desvanece. Un rugido suena en mi oído. Saco su polla del slip y le hago una paja. Alguien empuja la puerta para entrar y casi nos ve. Me apoyo en ella para que no se vuelva a abrir. Antes de que me pueda dar cuenta, siento la humedad en mi mano. Me he corrido. Él me pide que siga un poco más y también se corre rápidamente. Un beso más y nos vestimos como podemos. Salimos del baño mirando hacia el suelo. Notamos los ojos de los que estaban esperando en nuestra nuca.


Es de día. Voy andando por la calle con Pablo. Estamos hablando de tonterías, riendo como siempre. Felices, jóvenes. A lo lejos veo una figura que me resulta conocida. Es el chico del cuarto de baño. Cuando nos vamos acercando, él dibuja una sonrisa. Yo acelero el paso y miro hacia otro lado mientras continúo mi risueña conversación con Pablo. Afortunadamente, mi amigo no se da cuenta de nada. Miro hacia atrás y allí sigue el otro. Su rostro denota una ligera decepción pero no me da tiempo a más porque Pablo vuelve a reclamar mi atención.


Vuelvo a estar en el salón de mi casa. Mi espíritu me está mirando. Le pregunto por qué me enseña todo esto. Solo me contesta que me está dando una oportunidad y que quizá sea la última. Oportunidad ¿De qué? Pregunto yo. Si aún no lo sabes es que necesitas algo más. Algo más ¿De qué?


De repente, estoy solo. En la tele continúa “Gigante” pero estoy muy cansado. Necesito sentarme un poco, solo un poco. Antes de que pueda darme cuenta, me he vuelto a dormir.




Continuará…

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